viernes, 1 de febrero de 2013

A ti amigo...


A una persona especial...


A ti, amigo. Que nos dejaste. Que te fuiste sin decir adiós. Que nos miraste por última instancia, asentiste débilmente y nos hiciste comprender que no habría un nuevo encuentro. A ti, amigo... que soltaste las riendas de tu vida en una desesperada acción, que decidiste no formar parte de nuestro destino, de participar en él y de ser alguien en nuestras vidas. Que te desapareciste, por una vergonzosa acción. A ti, te dedico esta carta, porque sé que es la única manera de encontrarte. De saber que estás ahí, que serás alguien importante y que, en un futuro, conversaremos. Que me relatarás tu vida y yo a ti la mía. Que nos diremos cómo nos va. Que seremos amigos de nuevo. Que las penurias de una vida pasada no impedirán nuestro reencuentro. Que serás tú mismo...

Sólo mantente en la línea. No te despegues de ella. La tormenta arrecia en el momento en el que estamos más débiles. Sé que lo harás. Por tu familia, por tus compañeros y amigos. Por todos los que no creyeron en ti. Es mi manera de comunicarme y así me permito decirte las cosas. Porque sé que nuestra existencia, en estos tiempos, no se verá relacionada. No nos toparemos en unos años, créelo. Y, aunque lo hiciéramos, sé que nos trataremos con la indiferencia característica. Que no seremos una pieza fundamental respectivamente en nuestras vidas. Pero sólo recuerda de dónde provienes, y hacia dónde vas. Porque siempre hay algo que cambia, un nuevo desafío que se aproxima. Siempre hay una manera por la cual hacemos las cosas. Pero, siempre... siempre hay una solución. Espero que encuentres pronto la tuya.

Y eso sí. Cuando lo hagas, cuando tengas un futuro próspero y ánimos por continuar pedaleando en esa incansable e incesante bicicleta que es llamada "vida", sé que me verás y me saludarás. Con esos ojos que radiaban energía y entusiasmo, por ese júbilo por seguir manteniendo el ritmo. Por esa presión y por ese reto a ti mismo de ser mejor cada día. Me saludarás, y yo también lo haré. Comprenderé, en ese entonces, que todas nuestras asperezas se han disipado, que hemos dejado atrás el remordimiento de nuestras conciencias, y nos hemos procurado a nosotros mismos, y a nuestras familias. Que tu alegría es sincera y que has hecho un cambio en ti mismo. Que has vuelto a ser tú. Esto te lo dedico a ti, amigo.

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