miércoles, 21 de agosto de 2013

Una luz.

Hay un momento en la vida, en el que tu mundo se hace negro. Se compacta cada vez más, te oprime el pecho con más vigor, con más fiereza, como si con odio te tratase el destino. La oscuridad te consume con una furia inminente, irrefutable e implacable. No hay forma habida ni por haber en la que puedas evitarlo. O es al menos lo que tú crees. Pero, lo más curioso de esta poderosa fuerza oscura de atracción, es que en el punto crítico del caos, en ese momento en el que crees que ya no habrá más profundidad en la oscuridad, en ese instante que crees haber vivido y estado en lo peor, en ese momento... aparece la luz.


Es una luz constante. No titila, no titubea. Está ahí, presente. Alardeando de su poder, admirando tu resistencia. Está iluminándote en tu camino por recorrer. Te hace abrir los ojos con tal intensidad que crees que ya estás en el cielo. Que piensas que no habrá vida después de aquello porque no te dará tiempo de subir todo lo que has descendido. Y es también, en ese momento, cuando descubres que no fue más que un puente roto que te hizo caer de un precipicio que, después de todo, no fue tan profundo como creías. Sigues subiendo, escapándote de ese agujero que creías el abismo de tu existencia. Que no esperabas nada más de ti porque sabías que aquello había terminado. Es entonces cuando realmente abres los ojos para darte cuenta que no es tan grave, al fin y al cabo. Sonríes como tonto. Suspiras aliviado. Agradeces a cualquier fuerza misteriosa que te haya salvado, de aquel olvido inimaginable, de aquella apatía sospechosa, de aquel negativismo evidente. De todas las cosas que has hecho mal te arrepientes. De todos los defectos que tuviste, prometes remediarlos. La luz ya no sólo está ahí latente, ahora se impregna en ti. Comienzas a brillar. Comienzas a sentirte bien. Comienzas a pensar que tú eres la luz en aquella oscuridad. Que, después de todo, lo que has hecho es para admirar y que por ello estás despidiendo un fulgor impresionantemente admirable. Sonríes con más fuerza, y ahora comienzas a experimentar algo interno. Una felicidad infinita, un estado de satisfacción de lo que no entiendes. Olvidaste por completo tu estado oscuro, tu lapso de agonía, tu sufrimiento interminable. Ahora se transformó en un estado de completa alegría, de un sufrimiento opcional y de un optimismo notorio. Lo que uno comenzó a comprender era que la luz no era cualquier luz, y que no había aparecido nada más por azares de aquella fuerza misteriosa. Estaba ahí por una razón, por una razón que aún no terminaba de entender, siquiera de estar próximo.
Esa razón era Ella.



0 comentarios:

Publicar un comentario